Tres años en tres rosas

Te escribo ésto, lejos de las charlas que compartimos en los bares o paseando, donde el ruido a veces opaca las palabras. Hoy quiero hacerlo en tinta, porque sé que es en ese espacio donde las letras se despliegan y donde, además, tú creas algo que va más allá de lo que se dice.

Hace unos días te entregué un ramo, con rosas y claveles; nuestro ramo. Tres rosas, cada una diferente, cada una con un color y un significado que, juntas, reflejan el tiempo que hemos recorrido en el mismo sendero. Me gusta cómo el paso del tiempo puede traducirse en algo tan simple, y al mismo tiempo tan profundo, como un ramo de flores. En este orden, una rosa amarilla, una segunda roja, y una última rosa suave casi pálida.

No pude entregarte esta carta aquel día, pero aquí está ahora, quizás con un poco de retraso, pero con el mismo corazón que quise poner en ella desde el principio. Si miras esas rosas, verás que no están ahí por casualidad. Tres años, tres momentos, tres fases en las que hemos crecido y cambiado, tres tiempos diferentes.

Sé que no soy capaz de bailar con las palabras como tú lo haces, pero te prometo que cada línea que escribo está llena de todo lo que siento. Tal vez no sea perfecto, pero está lleno de nosotros, de lo que hemos vivido y de lo que aún nos queda por vivir. Porque este viaje, aunque marcado por los años, por las estaciones, por las flores que marchitan y renacen, sigue siendo nuestro, lleno de promesas, de amor, y de todo aquello que ni siquiera necesita ser dicho para ser entendido.

De menuda estatura mas de alma infinita,
como jades fulgurantes, tus ojos verdes de color,
revelando un profundo fervor, tus pupilas dilatadas al amar.
En tu mirada, vigorosa, uno se pierde, uno se encuentra,
alcanzó y hendió una saeta mi corazón.

De doradas madejas, cual rayos de sol al amanecer,
caen en ondas suaves, cual brisa en la mañana,
y tus pestañas, prolijas, negras, perfectas,
custodian el brillo inmenso de tu espíritu indomable.

Guardas un genio poderoso, como el mar en tempestad,
que se alza, si es propicio, sin perder tu grandeza ni tu luz.
Fuerte, apasionada, pero justa sin cesar,
que dejas reinar paz, calma tras de sí.

Con el don de la palabra, filosofas y desentrañas.
Sincera y transparente, tus silencios y tus voces,
ilustran y revelan el mundo en plenitud:
Con tus palabras, como ríos, fluyen con fuerza,
tu voz hermosa, dulce, sabia y tenaz.

Yo, un simple varón entre una inmensa turba.
Tú, una singular moza entre una masa opulenta.
Yo, un grano de arena en la inmensidad del desierto.
Tú, una perla perfecta en la inmensidad del océano.

Tú, la lozana de perfectas palabras,
la lozana de perfecta mirada.

Tres años en tres rosas

I
Amarillo es el inicio, fulgor de la inocencia,
un soplo de la vida que apenas abre sus alas,
donde lo nuevo es chispa y la juventud es viento,
y nos miramos puros, tan jóvenes, tan claros.

Es en la frescura de la tarde cuando,
como dos estrellas errantes en un cielo de promesas,
tus manos y las mías se encontraron en silencio,
y el primer beso, frente a la eternidad del Altísimo,
selló el destino, el amor, la fe en lo que vendría.

Nos besábamos, y en cada mirada,
descubríamos mundos aún no revelados.
Tu risa era un eco de lo divino,
y yo, ansioso por conocer tu alma,
preguntaba por tus sueños, tus plegarias,
incluso cuántas vidas, entre nos, podríamos acoger.

Así transcurrió el primer año,
una rosa amarilla, vibrante y viva,
llena de la energía que sólo el primer amor comprende,
donde la ternura y el anhelo se mezclaban
en la danza juvenil de lo eterno y de lo nuevo.

II
Rojo es el segundo año, de llamas y fervor,
una pasión que crece y envuelve,
como el ardor de un sol que no cesa en su abrazo.
Hicimos planes y paseamos playas,
cruzamos montañas y gozamos amaneceres,
nos enfrentamos a la lluvia y vivimos en la luna.

Nos veíamos reflejados en las olas,
en los caminos que recorrimos,
mientras nuestras familias se hacían parte del todo,
y los días eran hojas escritas con promesas,
tinta que sellaba en cada carta el futuro.

Sí, hubo momentos donde la tormenta se asomó,
pequeños roces, como brasas que encienden,
pero en cada enfado hallábamos la fuerza,
y el rojo de la pasión nunca dejó de arder.
Nos amábamos como sólo dos almas jóvenes,
entregadas al calor de lo profundo.

El segundo año, como una rosa roja,
fue un fuego vivo, inquebrantable.
Amándonos sin miedo, sin dudas, sin desidia,
en cada beso, en cada palabra escrita, en cada palabra dicha.

III
Rosa es el tercer año, de madurez y fortaleza,
una flor que florece al ritmo de la vida,
donde los caminos ya trazados se refuerzan,
y la tierra que pisamos es firme, es segura.

Y hubo pruebas.
Tú partiste a lejanas tierras,
y en la distancia, el silencio fue nuestro juez.
Las dudas, como sombras, rondaron mi corazón,
pero en la quietud de la espera,
descubrí que eras tú mi camino de salvación.

Al volver, tu mirada, siempre profunda,
me habló sin palabras, y comprendí que,
aunque habíamos tropezado,
el amor era más fuerte, más real, auténtico de verdad.

Cruzamos ese umbral,
y el tercer año nos encontró más sabios,
más serenos, pero con la misma llama.
Los besos de este tiempo eran distintos,
como si cada roce trajera consigo el peso de todo lo vivido,
eran tan ligeros, tan puros, tan amor como el primer día.

La rosa del tercer año es un rosa suave,
una flor que ha aprendido a resistir,
a florecer en la calma tras la tormenta,
una flor que sabe que el amor es un viaje,
y que lo vivido es solo principio,
de un camino ahora más recto, más hondo, más nuestro, más eterno.

IV
Aludo, en lo sucesivo, decidido y como amado,
de la poesía y de palabras, español, a un maestro.
Te animo y te invito, a leerlo y disfrutarlo,
tú, que de la escritura, un arte haces vivir:

“Anoche cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que una ardiente luz lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo pasión,
y era luz porque alumbraba
y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Camino a quien tenía
dentro de mi corazón.”

De José Maria Roura Jaureguizar